Básicamente, cuando hablamos de marca personal, estamos ocupándonos de la imagen que damos al exterior. Ponemos la atención en como nos verán los demás, en dar una buena imagen, es decir, en la forma en que somos percibidos. Pero a día de hoy entiendo que, al menos yo, debo poner la atención en mi interior y dejar que lo exterior solo sea su proyección, de mis emociones y pensamientos, de mis sentimientos y las ideas que alimentan mi mente.
Mi marca personal es la imagen que he ido creando a lo largo de toda la vida. Y esa imagen es agradable para algunos y desagradable para otros. La verdad es que nunca me he preocupado de como era percibido. En general, los halagos han sido suficientes como para despreocuparme de las críticas, no dando importancia a los disidentes. Una actitud egocéntrica y un abuso de la inteligencia me ha llevado a menospreciar las críticas y a justificarlas como ignorancia. Sin embargo, actualmente, considero que esa disidencia manifiesta aspectos de los que es posible obtener una lección. Obviamente, no es necesario agradar a todos, pero tampoco es adecuado desagradar gratuitamente. Finalmente, las formas son importantes, por mucho que el fondo sea lo fundamental.
Cuando hablamos de construir la marca personal, normalmente nos planteamos crear una idea de nosotros en la mente de los demás. Sin embargo, este proceso de construcción y crecimiento puede verse desde otra perspectiva. No se trata de crear una imagen, si no de crear una realidad. Esa realidad es nuestro propio desarrollo personal, fundamentado en la honestidad.
Cuando hablamos de desarrollo personal, también podemos hacerlo desde diferentes enfoques. En algunos casos será sinónimo de desarrollo profesional, en otros de alcanzar una madurez emocional y liberarnos de esquemas mentales limitantes. Otro es el enfoque integral u holístico, donde todos los aspectos de la vida personal forman una unidad indivisible. Personalmente, prefiero este punto de vista, donde todas mis actividades están interrelacionadas y las dimensiones material y espiritual no están separadas.
Desde esta perspectiva, algunos de mis planteamientos anteriores son rescatables. Entre ellos planteaba la coherencia entre la vida pública y privada, como parte de una unidad, así como la armonización del ocio y el trabajo, o de mis gustos y aficiones con mis ocupaciones. En lugar de marca personal, podría hablar de modelo de vida personal, un proyecto original del cual soy responsable, donde las experiencias, ya sean exitosas o fallidas, forman parte de un aprendizaje vital en el que se fundamentan las decisiones diarias.
En definitiva, perseguimos el éxito sin plantearnos que es el éxito. Nuevamente, habitualmente centramos el éxito en los aspectos exteriores o aquellos que la sociedad juzga respecto a sus cánones. Sin embargo, tras agotar las posibilidades del éxito material, reconocemos que el éxito reside en la dimensión del espíritu y nuestro objetivo apunta hacia otro horizonte, aquel en el que la satisfacción interior y la conexión armoniosa con la existencia se torna mucho más placentera. Nos buscamos entonces ser diferentes ni distinguirnos de los demás. No buscamos que nos elijan frente a otros. Desaparece la competencia. Simplemente mejoramos aquello que en conciencia consideramos mejorar, optimizando nuestra existencia con el solo propósito de servir a su principal cometido, que es ser y evolucionar, desarrollando las posibilidades dormidas y contribuyendo al crecimiento colectivo.
No necesitamos una marca personal. Ya la vida nos hizo únicos. No necesitamos un estilo de vida que llame la atención de los demás, si no que sea uno con la propia vida en cuyo seno vivimos, explorando sus propias posibilidades de desenvolvimiento.